En la actualidad, el uso de medicamentos se ha vuelto una parte esencial de la vida cotidiana para muchas personas, gracias a la fácil disponibilidad y la comodidad que ofrecen. Sin embargo, esta facilidad ha llevado a un fenómeno preocupante donde tanto pacientes como médicos tienden a ignorar los riesgos que puede implicar la administración de estos fármacos. Este aspecto se vuelve aún más crítico en el caso de los adultos mayores, cuya población está en constante crecimiento debido al aumento de la esperanza de vida, lo que implica no solo un mayor uso de medicamentos, sino también una creciente necesidad de atención médica adecuada para evitar complicaciones asociadas a su consumo.
La polifarmacia, término que hace referencia al uso simultáneo de múltiples medicamentos, se ha convertido en una práctica común entre la población anciana. Con el incremento de enfermedades crónicas y la diversidad de tratamientos disponibles, muchos adultos mayores visitan a varios médicos, lo que conduce a una acumulación excesiva de recetas. Esta situación provoca que los ancianos mantengan en su botiquín más fármacos de los que realmente necesitan, lo que a su vez aumenta el riesgo de interacciones medicamentosas y efectos adversos, complicando aún más su salud y bienestar.
Adicionalmente, el envejecimiento conlleva diversos cambios fisiológicos que afectan cómo el cuerpo procesa los medicamentos. Por ejemplo, la disminución en el flujo sanguíneo renal y la reducción de la capacidad de filtración glomerular en los ancianos pueden conducir a una acumulación de fármacos en el organismo, resultando en un incremento de los efectos adversos. Estos cambios son relevantes al momento de prescribir medicamentos a personas mayores, ya que pueden alterar la eficacia y seguridad de las terapias administradas, creando un escenario donde los riesgos podrían superar los beneficios esperados.
Es imperativo que los profesionales de la salud, incluidos médicos y farmacéuticos, tomen un papel activo en la revisión y optimización de la medicación en pacientes ancianos. Una recomendación clave es que estos pacientes lleven todos sus medicamentos a las consultas médicas, donde se pueden clasificar y priorizar de acuerdo a su necesidad clínica. A través de esta revisión, se pueden identificar los medicamentos innecesarios y eliminar gradualmente aquellos que no aportan un beneficio claro, evitando así la prescripción de fármacos para síntomas irrelevantes y priorizando el bienestar del paciente.
Finalmente, surge la cuestión de la validez de los diagnósticos y la real necesidad de terapias farmacológicas para los ancianos. A menudo, ajustar las dosis o eliminar varios medicamentos puede resultar en una notable mejoría de la condición del paciente. La farmacia tiene un rol fundamental en la vigilancia farmacológica de esta población vulnerable y no debe limitarse a la simple venta de medicamentos. Se deben considerar los riesgos y beneficios de cada tratamiento, siguiendo el legado de Osler y recordando que el deseo de tomar medicamentos no siempre es un indicador de sanación o bienestar.