Propósito en la educación superior: claves para el bienestar

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En Santo Tomás Puerto Montt, la directora de Formación e Identidad, Patricia Sánchez Fuentealba, sostiene que la crisis de sentido que atraviesan muchos jóvenes durante la educación superior requiere una respuesta institucional clara y sostenida. Este fenómeno, detalla, afecta no solo el ánimo personal, sino también el bienestar y el rendimiento académico. Una vida universitaria con propósito, señala, es clave para mantener la motivación, el compromiso y la capacidad de aprender. En su criterio, las casas de estudios deben mirar más allá de la oferta curricular y considerar el marco emocional y existencial de sus estudiantes.

Los signos son numerosos: desmotivación, ansiedad y estrés que limitan la capacidad de disciplina, así como a veces una pérdida de gusto por la carrera elegida. En casos extremos, estos síntomas pueden derivar en abandono temporal o incluso permanente. La falta de bienestar emocional se asocia con aumento de crisis de pánico, depresión y otros trastornos mentales que afectan la calidad de vida y, por ende, la posibilidad de aprender y relacionar aprendizajes. Un estudiante sin propósito puede sentirse desconectado de su entorno educativo, reduciendo su participación en las actividades propias de la vida universitaria.

Para contrarrestarlo, la educación superior debe asumir un rol activo. A ello apuntan promover espacios de reflexión, implementar programas de mentoría y, en algunos contextos, ofrecer acompañamiento espiritual. Pero, además, se hace necesario promover y favorecer el trabajo actitudinal en las asignaturas disciplinares, así como la formación de valores en cursos que propicien el desarrollo integral. También se proponen prácticas de voluntariado, experiencias de servicio y acciones donde se pueda vivir la resiliencia, la honestidad, el esfuerzo, el respeto y la inclusión, valores que, cuando se encarnan en personas y experiencias, ayudan a reconstruir el sentido de la vida académica.

Los efectos de estas prácticas trascienden el aula. A largo plazo, se favorece la formación de ciudadanos comprometidos que influirán positivamente en su entorno, su región y su país. Los resultados se traducen en personas que abordan el trabajo con mejor atención, mayor cortesía, actitud de colaboración, optimismo y responsabilidad.

En conclusión, todos quienes trabajamos en educación superior debemos estar atentos y disponibles para orientar a los jóvenes que atraviesan crisis de sentido. Implementar, sostener y adaptar acciones de apoyo emocional, ético y formativo no es un gasto sino una inversión en el capital humano de la sociedad. Solo así lograremos una educación superior que no solo forme profesionales, sino personas capaces de construir comunidades más justas e integradoras.

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