Cortarse el pelo como Prince Royce

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Uno visita el persa Bío Bío para cachurear, comprar ese disco raro que no encontraste en ningún lado o, sencillamente, ir a maravillarse con el extraño mundo subterráneo de personajes casi legendarios que lo habitan cada fin de semana; razones para ir al persa hay muchas, pero ciertamente no conozco a nadie que vaya porque necesita cortarse el pelo.

Hay que decirlo, en el persa hay hartas peluquerías. Las más comunes son esas que parecen ser una tajada de un local más grande, tiendas preciosas de paredes blancas pulcras, suelo de cerámica y sillas de cuero antiguas, donde te atiende un hombre de más de un cuarto de siglo que te corta el pelo de forma muy tradicional: tijeras para las damas, navaja y rasuradora para el varón. Salones en los que todavía se entra a sentarse a leer revistas del año de la cocoa, donde la magia del internet en un pequeño computador que cabe en el bolsillo todavía no llega y donde todavía se puede tomar una revista de estilistas para indicar qué corte de pelo quieres, donde el locatario, mientras faena tu melena, te habla y te saca historias en conversaciones amenas, y donde, claramente, “la moda de los lolos” todavía no llega. Lo más probable es que dicha moda sea, en la imaginación de la vieja guardia del arte de cortar el pelo para verse ordenadito y decente, pelos largos como “esos cabros hippies, los bitels”.

Pero, la verdad sea dicha, no todas las peluquerías del persa son así. El otro tipo de salón es la antípoda de lo anteriormente descrito.

Desde hace algunos años, está en boga el negocio de las peluquerías “urbanas”. Generalmente atendidas por inmigrantes que, en un gesto que se agradece muchísimo para darle ese exquisito sabor de autenticidad y reflejo del mundo real a sus galpones, se especializan en cortes de pelo extravagantes, rayando en lo vanguardista.

Christopher Bosler, gerente general de una de las empresas que le hacen la competencia al factoring tradicional, Bolsa de Productos, nos cuenta que ha vivido la experiencia de conocer a distintas personas que frecuentan este tipo de peluquerías.  «Ordenar la cabellera es lo último que estos estilistas buscan. La experiencia es mucho más parecida a ir a hacerse un tatuaje que cortarse el pelo. Yo no lo recomendaría si lo que buscan con su imagen es potenciar un negocio, pero si quieren resaltar por su personalidad con algo único, adelante.»

Cabe destacar que el nicho al que apuntan estas nuevas peluquerías es cada vez mayor debido al aumento de inmigrantes y personas relacionadas directamente con estos estilos y costumbres.

Corte de pelo con motivos tribales

¿Quieres dibujarte un patrón tribal en la cabeza? Con gusto uno de los habilidosos estilistas lo hará por una módica suma. ¿Te gustó el corte de pelo de tu artista de bachata favorito? Ciertamente, el peluquero ya lo ha hecho mil veces antes, sabe cómo imitarlo y lo hará frente a tus ojos, reflejado en el espejo.

Mientras en las peluquerías tradicionales el tímido sonido de los boleros de una radio fiel que probablemente lleva décadas sintonizada en el dial AM llena las dos (a veces tres, jamás cuatro) paredes del santuario del orden y la pulcritud, en estas peluquerías los crudos y tribales bajos del reggaetón hacen zumbar el local completo, las sugestivas y seductoras cuerdas metálicas de las guitarras acompañada por esa voz nasal, aguda y andrógina que canta sobre el bajo barrio y los amores pasionales de la bachata llenan no sólo el salón, si no el pasillo completo. Los posters que adornan a la peluquería antigua son los típicos de Diapo, hojas de revistas para peluqueros y sesiones de fotos de hombres y mujeres que parecieran que van a una entrevista de trabajo. Las de estos nuevos locales, los artistas e ídolos de una juventud hastiada de las décadas pasadas, deseosa de rostros, estilos y ritmos latinos en los cuales verse reflejados. El peluquero proverbial corta el pelo para ordenar y uniformar; el nuevo peluquero lo hace para expresar y destacar.

Sin embargo, curiosamente ambos peluqueros escuchan música sobre amor perdido, añorado y deseado mientras hacen su trabajo. Al final, la distancia entre ambas sensibilidades tampoco es tanta, pese a todo.

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